LA BICICLETA COMO IDENTIDAD

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Artículo de la Asociación "Mejor en bici" para Ben Magec-Ecologistas en Acción

A una ciudad la define la vitalidad de sus calles, no sus monumentos. Las personas que pasean por las calles comerciales, las que se reúnen a tomar un café en una terraza, las que van a correr a un parque o a jugar al ajedrez a una plaza son la verdadera identidad de una ciudad. El espacio público debe inducirnos a habitarlo.

Los estándares de calidad de las ciudades han cambiado con el nuevo siglo. Ya no nos conformamos con que haya cierto orden e higiene, como en el urbanismo del movimiento moderno del pasado siglo. Asociamos la calidad de vida a nuevas exigencias como la sostenibilidad, la inclusión, la seguridad o la vitalidad de los espacios públicos que faciliten las relaciones sociales. Los rankings de las ciudades más habitables suelen estar encabezados por lugares como Vancouver (Canadá), Copenhague (Dinamarca) o Melbourne (Australia). Estas ciudades tan distantes entre sí tienen en común la apuesta que han hecho por la recuperación del espacio público. La fórmula es sencilla: eliminar el exceso de coches que asfixian a las ciudades para recuperar la calle como espacio de relación. Una buena parte de los vehículos privados son sustituidos por medios más sostenibles como la bicicleta, diferentes alternativas de transporte público y, especialmente, peatonalizaciones.

Hay que tener claro que la movilidad sostenible no es un fin, sino un medio para recuperar las calles para los peatones, y no sólo como lugares de tránsito, sino sobre todo como espacios de estancia. La calle debe ser el lugar donde juegan los niños, donde se relacionan los vecinos, donde se reúnen los jóvenes o donde pasean los más mayores. Una vía que tiene la mayor parte de su superficie dedicada a la circulación y al aparcamiento de coches, y donde los peatones sólo tienen espacio para transitar, debería ser considerada una anomalía. Los efectos positivos de la recuperación de la calle son incontables y transversales a lo que se espera de una ciudad habitable: las calles se vuelven seguras para los niños, que ya no dependen de que los mayores los lleven a un parque; los vecinos se conocen, se relacionan, se asocian y se organizan; la revitalización de la calle y la de los comercios se alimentan mutuamente; y una calle llena de gente, y no sólo de coches aparcados, es más segura. Esto último es algo especialmente importante para las mujeres, como han reivindicado colectivos y activistas que luchan por lograr ciudades más inclusivas en todo el mundo.

La aportación de la bicicleta a esa ciudad a la que deberíamos aspirar es casi imprescindible. La experiencia en ciudades avanzadas en movilidad sostenible demuestra que la mejor solución es que los ciudadanos puedan elegir entre la mayor variedad posible de formas de desplazarse. Y la bicicleta se presenta como el medio más eficiente para moverse en distancias medias, esto es, de un barrio a otro dentro de la ciudad. No hace falta explicar los beneficios para la salud física y mental de quienes se mueven en bicicleta respecto a quienes lo hacen en coche, ni las repercusiones medioambientales. Es, por ejemplo, el medio de transporte más eficiente en el aprovechamiento de la energía. Más, incluso, que caminar. Pero además, una cualidad muy importante en una sociedad en crisis como la nuestra es su economía. La bicicleta es asequible, y por tanto inclusiva. Casi cualquier persona puede comprarla y montarla. Esto supone una ventaja para los que se desplazan desde los barrios periféricos más maltratados por la inestabilidad económica. Ahí la bicicleta puede ser una oportunidad para que algunos sectores de población logren mayor autonomía, y no dependan de quienes sí pueden permitirse un coche y lo manejan.

En nuestra ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, parece que todo está a favor. Incluso se nota un germen de ciclistas urbanos, cada vez más numerosos, deseando emerger, a pesar de que aún no existe la infraestructura necesaria para circular con seguridad. A los habitantes de esta ciudad nos gusta disfrutar del aire libre, como se demuestra en las terrazas siempre llenas, en la playa o en los parques. Tenemos una Ciudad Baja llana, horizontal, que facilita el pedaleo. La Ciudad Alta tampoco presenta grandes desniveles. La única dificultad es la diferencia de cota entre la Ciudad Baja y la Alta, que se puede solventar con medios externos, como ascensores o la intermodalidad, o con propios, como las bicicletas eléctricas. Si sumamos esta horizontalidad, uno de los climas más generosos del mundo y la necesidad de un medio de transporte económico, Las Palmas de Gran Canaria es una ciudad ideal para esa transformación.

Hagamos un pequeño juego de imaginación y visualicemos, por un lado, una ciudad llena de bicicletas, y por otro, una ciudad colapsada por el tráfico de coches. ¿Cuál nos remite a una ciudad avanzada y cuál a una ciudad caótica de algún lugar exótico? La respuesta parece evidente. Y ahora, apelando al amor propio, preguntémonos cuál de esas dos ciudades verán quienes desembarcan en la nuestra, procedentes de países como Suecia, Holanda o Dinamarca. Pero podemos ser optimistas. En realidad transformar profundamente una ciudad es bastante sencillo. No hace falta levantar grandes torres, auditorios o museos. En el día a día habitamos las calles y las plazas. Sólo es necesaria la voluntad política y el respaldo de los vecinos. Y siendo sinceros, nuestro entorno más cercano tampoco ha avanzado mucho en movilidad sostenible. Eso significa que con un poco de esfuerzo, y teniendo en cuenta nuestras condiciones naturales y culturales, podríamos ser una de esas ciudades que están dentro de esos rankings de ciudades habitables. Con ese poco de esfuerzo Las Palmas de Gran Canaria podría convertirse en la ciudad de las bicicletas.

Imagen: Marcos Bolaños Fotografía